Friday, March 23, 2007 | 3
¿Tantas veces, Bryce?
Tenía catorce años cuando luego de Un mundo para Julius, llegaron a mis manos, sucesivamente, Reo de nocturnidad, La vida exagerada de Martín de Romaña, y sobre todo, No me esperen en abril, la tercera novela (después de Conversación en La Catedral y Portrait of the Artist as a Young Man) que acompañara mis anhelos adolescentes de convertirme en escritor. No recuerdo haber leído un libro con tanto jolgorio y nostalgia ni haberme indignado tanto por la suerte de otros protagonistas de novela como Manongo Sterne y Teresita: mis primeros relatos sobre estudiantes de secundaria, que pretendían trasuntar mis insatisfacciones y deseos, estaban mediados de alguna manera por el lenguaje bryceano, su frescura, la plasticidad de su ironía y la habilidad para trasladar o inventar un habla. Sin embargo, no todos los ídolos son eternos. Esta mañana, leyendo el blog Lado B de Juan Carlos Bondy, tuve suficiente de Bryce aunque hiciera años que mi devoción se había apagado.
Bondy presenta la prueba que colmó mi paciencia. Acusado de sucesivos plagios a columnistas de La Vanguardia (España), a un ex funcionario de Defensa americano y al embajador Oswaldo de Rivero en Quehacer, Bryce no podía seguir acusando a su secretaria ni hacerse el desentendido. Alfredo bryce Echenique es un plagiario con todas sus letras y la prueba definitiva la podemos encontrar comparando los artículos que presenta Bondy en su blog: el 19 de enero de 1996, el periódico Ideal de Granada publica un artículo del profesor Ángel esteban titulado, paradójicamente, “Mi amigo Alfredo Bryce Echenique”. ¿Qué reacción tendría Esteban cuando se enterara que su querido amigo, a quien recuerda desde el título y a quien ofrece el artículo con devoción le plagiaría párrafos enteros el 29 de diciembre de 1996 en el artículo "Amistad, bendito tesoro" aparecido en La Nación de Argentina?
Indigna incluso la suplantación efectuada por Bryce al tomar el lugar del autor en una anécdota relatada en torno a cierta dedicatoria. Me remito al texto. Esteban en su original escribía lo siguiente: “Un poeta irónico colega de la Universidad me dedicaba un libro de la siguiente manera: «A Ángel Esteban, compañero y sin embargo, amigo».” La desfachatez de Bryce le permite alterar la historia y convertirse a sí mismo en protagonista: “Un poeta irónico que fue mi colega en una de las muchas universidades en que he trabajado, me dedicaba un libro de la siguiente manera: «A Alfredo, compañero y sin embargo, amigo».” Para evitarse sospechas y ajustar el artículo a su condición actual, Bryce modifica apenas algunos datos. Mientras esteban se desempeñaba como catedrático de Literatura Hispanoamericana y podía referirse sin ambigüedad alguna a la Universidad donde trabajaba, Bryce no trabajaba entonces en ninguna o de estar trabajando en alguna, sería sencillo detectar la mentira si se refería a “la” Universidad: suficiente con introducir un factor indeterminante para anular cualquier inconsistencia que delatara o sugiriera la estafa.
Dos apuntes. El primero, institucional y como consumidor/suscriptor de El Comercio cada fin de semana. Por decencia, el Decano debería suspender a perpetuidad la columna de Alfredo Bryce y reivindicar a sus verdaderos autores de manera pública. Aún ignoramos cuántos artículos bryceanos pertenecen a Juan Pérez y Roberto González. Los lectores nos sentimos engañados, tratados como imbéciles mientras Bryce ganaba una buena suma por texto y nosotros pagábamos mensualmente nuestra suscripción para acceder a artículos copiados sin escrúpulos incluso burlando su amistad con otros autores. Por decencia, debería ser negada su contratación en cualquier Universidad como catedrático o dictando talleres y conferencias. El plagio significa en cualquier universidad peruana, la expulsión definitiva de un alumno o, tratándose de un profesor perdonavidas, mínimo un 05 en cualquier asignatura.
El segundo apunte es personal, pero necesito expresar mi rabia, la mejor manera de asumir una decepción colosal. Aunque alejado de su influencia, Bryce representaba entre otros autores que leí durante mi tercer y cuarto año de media (Joyce, Vargas Llosa, Hesse, Akutagawa) una especie de padre, incluso más cercano que el resto, muertos o inalcanzables. Me siento lastimado y furioso, harto de Bryce, asqueado hasta la médula.
En imágenes, primero, el artículo de Ángel Esteban y después, la evidencia del plagio, obra de Alfredo Bryce.