<body><script type="text/javascript"> function setAttributeOnload(object, attribute, val) { if(window.addEventListener) { window.addEventListener('load', function(){ object[attribute] = val; }, false); } else { window.attachEvent('onload', function(){ object[attribute] = val; }); } } </script> <div id="navbar-iframe-container"></div> <script type="text/javascript" src="https://apis.google.com/js/platform.js"></script> <script type="text/javascript"> gapi.load("gapi.iframes:gapi.iframes.style.bubble", function() { if (gapi.iframes && gapi.iframes.getContext) { gapi.iframes.getContext().openChild({ url: 'https://www.blogger.com/navbar.g?targetBlogID\x3d18383179\x26blogName\x3dSapos+y+culebras\x26publishMode\x3dPUBLISH_MODE_BLOGSPOT\x26navbarType\x3dBLUE\x26layoutType\x3dCLASSIC\x26searchRoot\x3dhttps://parquedelasleyendas.blogspot.com/search\x26blogLocale\x3den_US\x26v\x3d2\x26homepageUrl\x3dhttp://parquedelasleyendas.blogspot.com/\x26vt\x3d-4737780930015838879', where: document.getElementById("navbar-iframe-container"), id: "navbar-iframe" }); } }); </script>

El culpable

Carlos Gallardo (Jesús María, 1983). Escritor y bachiller en Literatura Hispánica. Ha publicado el libro de cuentos Parque de Las Leyendas (estruendomudo, 2004) y se prepara para la publicación de su primera novela, Espuma. Ha ganado dos premios literarios, pero ninguno de importancia.

Friday, March 23, 2007 |

Última puñalada

¿Tantas veces, Bryce?

Tenía catorce años cuando luego de Un mundo para Julius, llegaron a mis manos, sucesivamente, Reo de nocturnidad, La vida exagerada de Martín de Romaña, y sobre todo, No me esperen en abril, la tercera novela (después de Conversación en La Catedral y Portrait of the Artist as a Young Man) que acompañara mis anhelos adolescentes de convertirme en escritor. No recuerdo haber leído un libro con tanto jolgorio y nostalgia ni haberme indignado tanto por la suerte de otros protagonistas de novela como Manongo Sterne y Teresita: mis primeros relatos sobre estudiantes de secundaria, que pretendían trasuntar mis insatisfacciones y deseos, estaban mediados de alguna manera por el lenguaje bryceano, su frescura, la plasticidad de su ironía y la habilidad para trasladar o inventar un habla. Sin embargo, no todos los ídolos son eternos. Esta mañana, leyendo el blog Lado B de Juan Carlos Bondy, tuve suficiente de Bryce aunque hiciera años que mi devoción se había apagado.

Bondy presenta la prueba que colmó mi paciencia. Acusado de sucesivos plagios a columnistas de La Vanguardia (España), a un ex funcionario de Defensa americano y al embajador Oswaldo de Rivero en Quehacer, Bryce no podía seguir acusando a su secretaria ni hacerse el desentendido. Alfredo bryce Echenique es un plagiario con todas sus letras y la prueba definitiva la podemos encontrar comparando los artículos que presenta Bondy en su blog: el 19 de enero de 1996, el periódico Ideal de Granada publica un artículo del profesor Ángel esteban titulado, paradójicamente, “Mi amigo Alfredo Bryce Echenique”. ¿Qué reacción tendría Esteban cuando se enterara que su querido amigo, a quien recuerda desde el título y a quien ofrece el artículo con devoción le plagiaría párrafos enteros el 29 de diciembre de 1996 en el artículo "Amistad, bendito tesoro" aparecido en La Nación de Argentina?

Indigna incluso la suplantación efectuada por Bryce al tomar el lugar del autor en una anécdota relatada en torno a cierta dedicatoria. Me remito al texto. Esteban en su original escribía lo siguiente: “Un poeta irónico colega de la Universidad me dedicaba un libro de la siguiente manera: «A Ángel Esteban, compañero y sin embargo, amigo».” La desfachatez de Bryce le permite alterar la historia y convertirse a sí mismo en protagonista: “Un poeta irónico que fue mi colega en una de las muchas universidades en que he trabajado, me dedicaba un libro de la siguiente manera: «A Alfredo, compañero y sin embargo, amigo».” Para evitarse sospechas y ajustar el artículo a su condición actual, Bryce modifica apenas algunos datos. Mientras esteban se desempeñaba como catedrático de Literatura Hispanoamericana y podía referirse sin ambigüedad alguna a la Universidad donde trabajaba, Bryce no trabajaba entonces en ninguna o de estar trabajando en alguna, sería sencillo detectar la mentira si se refería a “la” Universidad: suficiente con introducir un factor indeterminante para anular cualquier inconsistencia que delatara o sugiriera la estafa.

Dos apuntes. El primero, institucional y como consumidor/suscriptor de El Comercio cada fin de semana. Por decencia, el Decano debería suspender a perpetuidad la columna de Alfredo Bryce y reivindicar a sus verdaderos autores de manera pública. Aún ignoramos cuántos artículos bryceanos pertenecen a Juan Pérez y Roberto González. Los lectores nos sentimos engañados, tratados como imbéciles mientras Bryce ganaba una buena suma por texto y nosotros pagábamos mensualmente nuestra suscripción para acceder a artículos copiados sin escrúpulos incluso burlando su amistad con otros autores. Por decencia, debería ser negada su contratación en cualquier Universidad como catedrático o dictando talleres y conferencias. El plagio significa en cualquier universidad peruana, la expulsión definitiva de un alumno o, tratándose de un profesor perdonavidas, mínimo un 05 en cualquier asignatura.

El segundo apunte es personal, pero necesito expresar mi rabia, la mejor manera de asumir una decepción colosal. Aunque alejado de su influencia, Bryce representaba entre otros autores que leí durante mi tercer y cuarto año de media (Joyce, Vargas Llosa, Hesse, Akutagawa) una especie de padre, incluso más cercano que el resto, muertos o inalcanzables. Me siento lastimado y furioso, harto de Bryce, asqueado hasta la médula.

En imágenes, primero, el artículo de Ángel Esteban y después, la evidencia del plagio, obra de Alfredo Bryce.

Wednesday, March 21, 2007 |

Epopeya y poesía

El Huáscar como cascarón del nacionalismo peruano

Comprendo la urgencia colectiva por generar una identidad en torno a determinados símbolos que expliquen su idiosincrasia. Comprendo, avalo y defiendo, como derecho de los individuos libres, la determinación de un pueblo a considerarse autónomo y responsable de sus asuntos internos (como la Nación Camba o la defensa del status foral de Navarra frente a Euskadi). Los considero legítimos y positivos mientras sean consideraciones internas, hacia adentro, que definan a la comunidad desde sí misma. Me produce repulsión, en cambio, cuando una nación intenta definirse ante sus vecinos exhibiendo las cenizas de sus incontables héroes caídos en batalla, cuando se avivan rivalidades centenarias, que poco o nada tienen que ver conmigo porque ocurrieron antes que naciera mi abuelo o mi bisabuelo, porque encallan en símbolos devaluados, ajenos, que poco ayudan a construir una imagen positiva de nación.

El nacionalismo debe ser, entre las líneas de pensamiento humanas, la más repugnante y violenta, el espacio de regodeo para militares corruptos, heroísmo malaventurado, fracasos colosales convertidos en epopeyas del sacrificio, elegías al atropello, al derramamiento de sangre, al primitivismo convertido en gloria. Desde la semana pasada circulan comentarios acerca del encuentro de poetas peruanos y chilenos en el Huáscar. Pocos han embestido contra los participantes, pero muchos ponen reparos al evento y el lugar donde llevarán a cabo el recital. El célebre monitor pareciera una herida sin cicatrizar desde 1883. Juntar poetas sobre la cubierta de un barco hundido hace 130 años superaría el pecado, el escándalo, la herejía del superficial nacionalismo peruano que suele manifestarse solo cuando Chile lo despierta de su afortunado letargo. La intención de los organizadores es coherente con un mundo globalizado: trasgredir el espacio de tensión histórica y ofrecer un testimonio de conciliación. Transformar el campo de muerte en himno de concordia. Algunos no parecen comprenderlo de esta manera (“¿Por qué convertir al Huáscar en un símbolo de la conciliación, si es uno de nuestros pocos símbolos de la obstinación y la perseverancia en defensa de lo nuestro?”, “Si alguna vez se pudiera recuperar el Huascar, el solo hecho de que siga flotando ya es indignante. El Huascar debe estar fondeado. Esa fue la última decisión que tomo el mando peruano.”): siguen creyendo que el Huáscar solo puede representar la resistencia del pueblo peruano ante una invasión, como si alguno de nosotros hubiera cogido una escopeta para defender Lima desde los reductos o se hubiera animado a enrolarse en una montonera siguiendo la aventura maniática de Cáceres. Si pudiera escoger, optaría por el primer ofrecimiento: limpiar la sangre con poesía, curarnos con literatura, llenar de versos la tumba de Grau, Elías Aguirre y demás.

A algunos les dolerá escucharlo pero resígnense, el Huáscar es un cascarón, sería mejor que no significara nada más. Puede servir a nuestros vecinos como trofeo, porque al Perú le debería valer un pepino como símbolo. Alguien me acusará de desconocer el sacrificio de tantos hombres al interior del monitor, pero mi intención es distinta: considero que la nación peruana necesita refundarse como comunidad plural en torno a nuevos símbolos ajenos al fracaso del pasado (basta la barbarie de 1980-2000 para darnos cuenta que ninguna guerra puede glorificarse por más heroica que parezca, imaginemos una CVR para la Guerra del Pacífico y nuestros soldaditos de plomo se harían polvo). Estos símbolos deben condensar una orientación hacia delante, presentarse como guía hacia el futuro. Suficiente tenemos con recordar en el colegio o durante algunos feriados el fracaso del Perú como nación. No negaré que aprender Historia educa a las nuevas generaciones para evitar cometer los mismos errores, pero cuando estos ejemplos de comportamiento errático, de batallas perdidas y ciudades saqueadas se convierten en súmmum de lo nacional, volveremos a sentirnos inferiores, incapaces, recurriremos a lo subrepticio, a la ilegalidad, a la criollada como paradigma.

Los poetas peruanos deben recitar sobre el Huáscar para reafirmar esta transformación. Hace unos años, dije públicamente que hubiera preferido nacer chileno que peruano. Admito que mi irritación se debía a la complacencia y molicie sedimentada alrededor del núcleo de identidad nacional peruana. Sin embargo, he llegado a descubrir, para nuestra desdicha, que Chile inventa a diario el nacionalismo peruano. Basta con observar cómo la gente se molesta cuando LAN o Ripley no trabajan como deberían. Ese mismo nivel de indignación apenas solía manifestarse con empresas nacionales, públicas o privadas, del mismo rubro. Suficiente con analizar la reacción beligerante y sensacionalista de los medios de comunicación cuando alguna noticia involucra las relaciones peruano-chilenas (desde los casos Lucchetti, LAN hasta asuntos que deben trabajarse en cancillería y por medios diplomáticos y de legislación internacional como La Concordia y verdaderas necedades como “Epopeya”, aquel documental sin mayores implicancias que debía propalarse por señal abierta, como si Canal 7 no propalara programas sobre la guerra con Chile). Suficiente con observarnos a nosotros mismos montando en pánico cuando nos convencen que desde el Sur están armándose para invadirnos en algunos años. Veámonos al espejo, escuchemos a los poetas del Huáscar y pensemos cuánto tiempo soportaremos la cantaleta estúpida de la mutua enemistad.

Saturday, March 17, 2007 |

La ingeniosa damisela Arabella de Inglaterra
Una mujer de bandera entre Londres y Bath

El nombre de Charlotte Lennox puede sonarnos desconocidos como tantos novelistas ingleses del XVIII. Nuestro acercamiento académico a la narrativa fuera de Latinoamérica sigue siendo pobre. Pareciera que el siglo XX representara una barrera mental y no lográramos adaptarnos a cuentistas anteriores a Joyce, que leyéramos a Dickens haciendo un esfuerzo mayúsculo. Nathaniel Hawthorne es un eterno desconocido guardado bajo siete llaves en una cajita de oro macizo, Samuel Richardson sirve para nivelar las mesas y Fanny Hill como individual. Tristram Shandy, quizá la novela más disparatada de todos los tiempos, festín vivencial y metaliterario a la vez, goza de una impopularidad inusitada para ser una comedia. En similar situación, pero extremada por condiciones de género y la mínima difusión de la literatura inglesa clásica se encontraba nuestra joven Charlotte, una muchacha de 22 años que había publicado un poemario incipiente pero provocador y una primera novela (The Life of Harriot Stuart, Written by Herself) antes de abordar ese arriesgado proyecto de encarar al espejo canónico. Entonces, dio vuelta a Cervantes y escribió The Female Quixote (La mujer Quijote, Londres: 1752). La talentosa y precoz jovencita, embebida de lecturas y deseos de ficción, nos relató una historia disparatada, enternecedora pero compleja sobre el problema del conocimiento, desde una perspectiva más inglesa que hispano-barroca: la alteración de la Realidad es un asunto volitivo, además de cognoscitivo. El individuo desea constituir su universo, algunos apegándose al mundo compartido, otros reinterpretándolo a través del placer literario, anhelando que las cosas no sean como son, sino como debieran ser.

Arabella, una hermosa joven, dotada de virtudes físicas e intelectuales, considera que vive en un mundo de romance histórico al estilo de los libros importados de Francia, ficciones tan o más nocivas que los propios libros de caballería quijotescos. Asume el rol de una heroína en constante peligro, pero también constantemente acosada y requerida por todos los hombres del mundo, potenciales pretendientes indeseados a quienes debe rechazar sin herirlos porque, siguiendo el modelo de sus lecturas, podrían suicidarse en su presencia clavándose un estoque o morir de intensas fiebres. El asunto se torna nudoso cuando su padre planea casarla con Charles Glanville, un primo que se propone enamorarla pero no puede evitar perder la paciencia cada vez que los malentendidos provocados por el tamiz intelectivo de Arabella lo dejen en posición de villano. Durante 500 páginas, nuestra protagonista, en palabras de la editora, aleación de Quijote y Dulcinea, huirá de falsos secuestros, debatirá sobre historia universal, crispará los nervios de Glanville con ocurrencias fuera de foco e instalará entre los demás personajes una extrañeza y admiración tan contagiosa que el mismo lector olvida que su mente se encuentra regida por el discurso irreal de los romances franceses.

El malentendido es un recurso preferido entre la comedia de situaciones. Los personajes cruzan versiones erróneas, la habilidosa ambigüedad, producto del complicado discurso de la protagonista, confunde a quienes la rodean al punto de condicionar sus acciones. Arabella termina construyendo la realidad de su entorno, la ficción triunfa sobre el mundo, el lenguaje de nuestra ingeniosa hidalga de 17 años invierte el orden de cualquier funcionamiento. Cuando Arabella le ruega a una dama relatarle sus grandes aventuras, ignora que el término tiene un significado ignominioso, figurado, opuesto al sentido llano. Arabella es una aventurera, pero tanto en el nivel de la lengua, como al escoger un medio de interpretar la realidad, se opone al sentido común, al balido del resto, al soporífero consenso de la sociedad londinense. Debo admitir cuánto me divertí leyendo una novela donde una muchachita alucina raptores entre nobles, confunde los derbys del hipódromo con los ancestrales Juegos Olímpicos y anhela ser desposada por un guerrero similar a Artajerjes que le rinda homenaje durante 10 años antes de atreverse a confesarle su amor; una novela escrita por una jovencita, me imagino, de elegante egocentrismo y ambiciones estéticas ilimitadas, que de haber nacido peruana (y no gibraltareña) y tuviera mi edad, habría publicado en Estruendomudo.

The Female Quixote en edición de Cátedra, aunque cueste un ojo de la cara, es lectura ineludible para quienes estén dispuestos a sonreír.